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2013-09-21_LA MUERTE DE UN
PERRO
Hoy en la tarde me tocó
ayudar a dormir a un perro maltratado.
Joven, creo, pero horriblemente maltratado. Estaba sobre la banqueta justo a un lado de mi acceso desde
la Panorámica.
Lo había visto antes. Ayer, de ser preciso, o sea el viernes
20, en la caminata matutina con Azabacha y Estrella. Estuvo enroscado en un rincón de un terreno medio baldío –
sé que pertenece a alguien— a un costado de la casa de J y G. Enroscado y viéndose muy
malherido. Vislumbré por su cola o
por una pata trasera el rojo cardenal de una
herida abierta. Está completamente
enroscado, como se pone un perro que tiene frío, aunque la mañana no es nada
fresca. Está en los puros huesos,
pobrecito: la cabeza se ve más masiva por lo flaco que es el cuerpo.
En ese terreno medio
baldío hay un clan de perros de que un amigo, R***, adoptó un cachorro. Son territoriales pero no
agresivos. Parece que han dejado a
este pobre malherido un lugarcito para sanarse, o quizás morir; al menos
descansar un ratito.
Desgraciadamente, no hice
nada. Pensé en a quién hablar,
cómo llevarlo, si en un taxi, o hablar a qué amigo con coche … y en los hechos hubo otra cosa a que atender
y se me fue de la mente. Hasta
tipo 16:10h el día después, hoy, cuando llego cargada de vino del súper gringo-style; a encontrar a R***, a mi
vecina E***, a su prometido y a dos jóvenes. Y el perro.
Todos allí sobre la Panorámica afuera de mi acceso.
Es completamente negro,
este perro. Y en los puros
huesos. Cuando lo vi ayer no estaba
tan expuesto como ahora. Te parte el corazón lo flaco que es. Ahora puedo ver que tiene las orejas
cortadas como hacen a los perros de pelea. No están bien cicatrizadas y están cubiertas de sangre
resecada y unas moscas se han alojado allí. Ahora puedo ver que la herida de atrás es en la nalga: infectada
y mal, mal. El perro tiene aspecto
de pit-bull pero algo hay en el
cráneo de Labrador o casi de Gran Danés, algo masivo, casi rectangular.
Lo más terrible de este
perro son sus ojos. En medio de esa cara enorme, con su mandíbula cuadrada y
sus orejas mutiladas, esos ojos.
Líquidos, color café, se ven casi apagados. Dice R*** que ayer le trajo agua y croquetas pero que no
quiso ni comer ni beber. Quién
sabe cómo o porqué, este perro malherido y famélico procuró llegar a este
lugar: la entrada a mi casa desde la Panorámica.
Yo creo que este perro,
apenas crecido más allá de cachorro, lo usaron para entrenar a los perros de
pelea. Como comentó el gringo prometido de E***, para que
conozcan el sabor de la sangre, so they get
to know the taste of blood. De
nuevo me llena de asco esta costumbre, de tanto arraigo en esta parte de
México, que yo sé a ciencia cierta –porque he visto a los perros— practican mis
vecinos, aunque juren por su madre
que no. ¿Será que este pobrecito
es producto de sus sesiones de entrenamiento? ¡Qué rabia me da!
Resulta que los dos jóvenes vinieron porque R***, bendito sea, habló a un veterinario y ese doctor les mandó, con lo necesario para dormirle al perro si así fuese la decisión. Entonces, se pone claro: es a nosotros decidir si toca rescatar o dormir.
La joven es extremadamente
delgada y su cara es como una flama.
Mucha seriedad, mucho rigor.
Algo me recuerda a mi sobrina C***, tanto compromiso, tanto apego.
Pienso que, igual como mi sobrina, me da mucho orgullo.
E***, que también trabaja
como voluntaria con Corazón Canino --una A.C. de rescate de animales—está
titubeando: dice que han rescatado a peores … pero que es un riesgo cuando
están tan malheridos.
Parece que todos están
titubeando. Los jóvenes veterinarios-en-capacitación
nos ven –me ven a mí—a los ojos y dicen que es decisión de nosotros. Me doy cuenta de que –al parecer- todos
me están viendo como si fuese MI DECISIÓN.
Pienso. Consulto mi intuición. Intento sentir. Más que nada, veo los ojos del perro. De alguna manera siento que el perro ya
quiere irse, que ya no le queda ni fiereza ni fuerza vital. Siento que el perro nos está confiando
sus últimos momentos, que ya no puede y si nosotros lo pudiéramos ayudar a que
se vaya, pues que así sea.
Intentando mantener firme
a mi tono pero con la voz entrecortada digo, Pues que no sufra más.
Creo que ya no tiene voluntad de vivir. Durmámoslo. Que no sufra más.
Le iba a dar una galleta
de esas que hago para las mías y de que siempre tengo conmigo pero me alertan de que lo podría vomitar. No, entonces.
Dice E***, No puedo ver, no puedo; me voy. Digo, Yo me quedo, no te preocupes, yo le acompaño.
¿Porqué? Quién sabe. Pensándolo después digo, Pues
que no es justo, NO ES JUSTO, que ese perro a quien quizás nadie lo haya
acariciado en toda su pobre pinche corta vida, no es justo que se vaya sufrido de esa vida sin
que alguien lo acaricie y lo acompañe; no es justo; es lo mínimo que se puede
hacer, ¿y qué me cuesta, caramba?
Así que yo me quedé
acariciando la cabeza de este perro, masiva pese a su terrible flaqueza. Aún ahora me hace llorar la memoria de
esos ojos. Pusieron momentáneamente una tela sobre su cabeza, yo y la
veterinaria-en-capacitación lo sujetamos; durante un momento intentó
incorporarse y protestar pero no tenía fuerzas. Le dieron el tranquilizante y ella y yo la sosteníamos,
sentado, hasta que la pata delantera izquierda le empezó a temblar y luego lo
ayudamos a que se acostara. Yo
todo el tiempo dándole masaje por la nariz, donde supuestamente hay ese punto
de acupresión canina que les
tranquiliza; y la casi-veterinaria por su nuca.
Y una vez que esté
tranquilo, la otra inyección. Ésta
va en la vena, de una pata delantera.
Entre deshidratación y malnutrición cuesta mucho trabajo encontrar la
vena; y cuando lo localiza, inyectar fue difícil. Tuvo que pedir ayuda a su compañero.
Tardó un rato un dejar de
respirar. De rigueur, revisaron corazón y respiración. Tarda. Pero al rato sí: ni respiración ni corazón ni nada. Nada de respuesta del ojo.
La
veterinaria-en-capacitación hace una suerte de signo de cruz sobre su nariz. Yo
todavía llorando calladamente, y siento que no podré controlar mi voz si
intentara hablar.
Pienso en cómo casi se
murió Estrella hace dos años y vuelvo a llorar. Ahora veo las dos, Estrella y Azabacha, esperándome tras la
reja de mi puerta y siento una ola de gratitud por tener a esas dos compañeras
en mi vida. Tan fácil caer
en lo cursi en estos momentos.
Pero es precisamente así que me sentí y me siento: profundamente
agradecida por tener estas dos compañeras en mi vida. Es la primera vez que tengo un perro y ahora me resulta de
plano imposible imaginarme la vida sin un perro.
N***, el prometido de
E***, había traído una bolsa de plástico.
Y así. Allí echamos su pobre flaco cuerpo. Los dos hombres lo llevan a la tolva de basura; regresan.
Vinieron dos otros vecinos
para comentar esta situación. Yo
abiertamente llorando, consciente
de que no es sólo la muerte de este perro que estoy llorando pero ya con ni el
más mínimo interés en disfrazarlo.
Quedamos un poco todos,
platicando como supongo que necesitamos hacer después de la muerte, digo,
después de la muerte de cualquier ser: humano, canino, lo que sea.
Y allí siguen mis dos
compañeras Azabacha (la negra) y Estrella (la rubia) tras la reja de la
puerta. Azabacha llegó
primero. Ahora está lloriqueando
tantito, muy callada, algo perpleja: sabe que algo está pasando, que yo estoy
desconcertada y hablando raro por el llanto. Luego viene Estrella; allí están las dos pacientemente aguardándome. ¿Pueden olfatear la muerte del otro
perro? No sé, pero sospecho que
sí. Mínimo, saben que algo serio ha sucedido.
Hecho todo, yo vuelvo a
casa. Solo quiero ir al
piano. Primero la Sarabanda de la 3ª Partitura de JSB, en
que he estado algo metida estos días.
Luego la última parte de Creación
de las Aves, la pieza Monarca de Anne LeBaron, homenaje a
Remedios Varo. ¿Quizás por ser muy
ligada a la vida, a la creación; un antídoto?
Hubo un momento en que pude
reconocer y decir ¡Caramba, no quiero ni
tocar ni escuchar ni siquiera PENSAR en estas piezas! Era tan completa la fatiga. Luego me doy cuenta de que es totalmente
normal, llevé un tiempo tan intenso con esta música que ahora es imperativo
descansarme de ella: mente, oído y alma.
No man is an island, dice el soneto de John Donne. Ningún
hombre es una isla (ni siquiera sé la traducción oficial al español y ahora
no tengo energía para buscarla); pero a donde voy es que tampoco ningún suceso
es una isla. La muerte de este
perro con sus tristes y resignados ojos café es ligada a la muerte de mi
relación con el tabaco, de la inevitable muerte de esta fase de Monarca
para que pase a la siguiente metamorfosis; a quién sabe cuántas otras
cosas.
En el jardín mueren
algunas plantas y germinan las semillas de otras.
Al piano, toqué por último
el tercer Impromptu Op 90 de nuestro
queridísimo Franz Schubert … quien también se murió muy joven.
Pensé, No es triste que se murió, ese perro. Porque la muerte le alivianó de todo su
sufrimiento. Lo triste es lo que
lo llevó a tamaño trance, que la muerte, en efecto, fue la única solución a su
sufrimiento.
Todavía hay momentos en
que quiero aullar de la miseria y la rabia. Pero casi al mismo momento doy las
gracias por estar viva.
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