2013-01-31
PENSAMIENTOS ESCUCHANDO
ESTA MÚSICA: ESTO ES REAL. POR AHORA ES MÍA... LUEGO LA DARÉ AL UNIVERSO ...
Tengo que escribir esto ahora,
AHORA, mientras todo esté caliente.
Inglés, español, lo que venga primero a la mente. Una disculpa … quizás algo más
coherente saliere después …
Estoy escuchando el pre-master de este primer disco de Canto
de la Monarca y quiero decirles todos que yo tenía razón, no estaba
loca, esta música es FENOMENAL, es fenomenal toda junta, FUNCIONA.
Otros intérpretes –muchos, espero— tocarán
esta música … ojalá y muchos, porque es tan buena y fructífera, tan
gratificante y emocionante. Pero
ahora, ahora en este momento, es mía, porque yo ayudé a inspirarla, yo he sido
la partera, la que ayudó a traer esta música al mundo; y en este momento
–igual, me imagino, como en cualquier parto — estoy llorando lágrimas de
regocijo y agobio y orgullo, todo mezclados.
Tenía razón de iniciar con María
Sabina de Cruz de Castro, la pieza es un gesto que nos atrae al
misterio y de la exaltación de todas estas mujeres, de toda esta música
inspirada en ellas. Y de su
DIGNIDAD. Al final, María Sabina
se marcha con paso firme rumbo a las brumosas montañas de su tierra oaxaqueña
–todavía misteriosas en el México del 2013—y hay una parte de mí que cree que
ella está todavía viva allá, o su espíritu lo está. Es lo que me dice mi imaginación. Mi imaginación que tiene enormemente que ver con mi proceso
de preparar la interpretación de todas estas piezas. Quien dice que uno no debe imaginarse colores, olas,
personalidades, rabia, deleite, sensualidad, mil tipos de luz, incontables
maneras de volar, cincuenta y siete palabras para la nieve … es de plano loco,
o nunca ha amado.
Y se vale seguirlo con el Retrato
de Malintzin de Jack Fortner porque nos lleva más adentro del misterio,
mas siglos atrás. Pero ¿quizás
también ahora mismo? Esto es México,
en muchos sentidos somos un país no-occidental. Hubo personas a quienes no les gustó esta pieza de Jack –al
menos al principio— pienso que en parte porque recordaron el drama de Vine
a Comala, la arrebatadora mini-ópera que compuso para Rumor
de Páramo. En muchos
sentidos esta pieza es completamente distinta: lenta, misteriosa, toma su
bendito tiempo para revelarse, opera de
acuerdo con otro reloj. Es
clave recordar lo que él dice en su nota sobre la obra: es un retrato de
Malintzin vista a través de los ojos de Cortés. Tomo un momento para imaginar esto y me doy cuenta que es
casi inimaginable. Digo, piénsalo:
¿¿qué había pensado ese hombre de esa mujer?? La música atrae, anhela, hace amagos de amenazar y
repentinamente se retira a la sombra; se pone ardiente y en un santiamén se
vuelve a retirar.
La compleja conexión entre Europa,
en particular España, y México –grosso
modo, la conexión entre el Viejo Mundo y el Nuevo—será un leitmotif, un
tema persistente, en este álbum.
Espérense, verán …
La
amenaza implícita –al menos imaginada—en la pieza de Fortner se convierte en
violencia real en la obra de Marcela Rodríguez, Todo en fin, el silencio lo
ocupaba. Unos clústeres enormes, hechos por mis
antebrazos y mis palmos, de que el más enorme es el final, el que termina la
obra, un sonido gigantesco como lo de un órgano que hace vibrar el iPod, el
iPad, el aparato del estéreo, tus propios huesos mientras escuchas, vibrar como
el órgano de la catedral: instrumento que, hace siglos, los fieles creyeron ser la mera Voz
de Dios. Pero luego los clústeres
vuelven delicados, como si respondieran a algún impulso distinto al del poder
bruto y la fuerza de la violencia.
Hay momentos de gran lirismo; pero al final son fugaces. Esta pieza es llena de turbulencia e
inquietud, de duda y amenaza. Ese gran
clúster al final, ¿es el triunfo del
luminoso espíritu e intelecto de Sor Juana o la amenaza cada vez más presente
de la hoguera a que el maléfico Aguiar y
Seijas tanto quisiera mandarla?
No sé; quizás las dos.
También
tenía razón de seguir esta obra densísima con la de Alba Potes: Desde
el aire: seis instantes.
Todo menos que densa, esta música: texturas tan frágiles que sin embargo
procuran ser a veces hasta brutales, pero también enorme lirismo, todo dentro
de una voz extraordinariamente económica.
Escucho ahora a estas seis micro-piezas –terminadas, hechas, de alguna
manera todo esto ahora es REAL, hecho más permanente por el regio Yamaha C5 y
la asombrosa ingeniería de Roberto y Kenji—y es como ver las fotos del Tsunami
en Japón o el huracán Sandy en EU hace unos meses. Los títulos son cosas así como Certidumbre-incertidumbre, Los
juegos se desvanecen, Aprisa … El
evocativo acorde de la segunda es la anacrusa –de hecho, la primera y la
segunda piezas en su conjunto son la gran anacrusa— a la tercera (Los juegos se desvanecen), ay dios mío,
el terrible remordimiento después de esa precipitosa caída, como la caída de
Lucifer, como la caída de un millón de mariposas, qué hacemos con los inocentes
de nuestro mundo. Y la primera
nota del último Instante es como el
toque de difuntos. Todo acabado …
y somos nosotros que lo hemos hecho.
Una carga de tristeza casi insoportable en tan pocas notas …
Sigue
la asombrosa Nymphalidae de Tomás Marco y sí, es el palate-cleanser, lo que limpia el paladar como esos sorbetes a
mediados de una comida de esas legendarias francesas de haute cuisine. Son
tres micro-piezas. Desde un inicio
yo he sospechado que esto es porque mi querido Tomás no pudo escoger una musa
en particular; pero sospecho que también es porque algo en el aspecto formal de
este tríptico le atrajo. Hay una
suerte de afectuoso buen humor en la primera –que incorpora, dice Marco en su
nota, un fondo de canción castellano.
Pero la segunda, La mariposa de
Sor Juana, lo dice todo sobre la persistencia, el corazón que a veces duda,
la voz acortada o callada; sobre la tenacidad y la fragilidad. La tercera es el primer micro-rondó que
en mi vida he visto, ¡y de veras funciona! Incluso con referencias al más clásico rondó que puedas
imaginar. Hay quienes desestiman
esta música por ser demasiado simple pero ¡vamos! es ingeniosa, es conmovedora,
no pretende ser más de lo que es; en fin, a mí me convence. El propio Marco me dijo de esta pieza, “Como casi siempre sólo trato de alcanzar
una compleja simplicidad o una simple complejidad.” Vale, va. Helo aquí el hermoso tríptico limpiador de paladar de este álbum y ¡caramba!, lo necesitamos.
Porque
lo que sigue es Griffin, la formidable Like water dashed from flowers (como agua arrojada de flores) de
Charles B. Griffin. Es quizás aquí
que la conexión entre México y España golpe más duro. Tan compleja.
El corazón dolido, la rabia del rechazo. La evocación del agua que corre como una vena vital a través
de esta obra. El altamente
hierático prólogo, el agua que nos lleva dentro del sueño –o la realidad—la
fuerza del pie sobre la tierra o el tablao, la fuerza de la voz. En términos formales la pieza dista
poco de la estructura del fandango; y
ese momento cuando empieza el zapateado casi te detiene el corazón: lo
digo con la debida modestia. Ahora
los pies, el impacto del tacón sobre la madera del improvisado plataforma-escenario,
el arrogante gesto, la energía que nos abruma como una inmensa ola, son todos
evocados por el piano. Ahora todo
esto es en el piano. Ya no hay
efectos. Y al final, después de
toda la rabia y la locura, regresa el agua. Estamos en el agua.
Dúctil, móvil, impermanente, de alguna manera neutral. Donde nos lavamos, donde nuestro
corazón está partido y --esperamos— sea remendado.
¿Estoy
en lo correcto, terminando este disco con lo que yo pienso como las tres piezas
extáticas – primero Uribe, luego Barker y Berg al final? He sabido durante seis meses que este
primer álbum Monarca tiene que terminar con Berg: es la viva encarnación de terrible
pérdida, de amor y redención. Es, de
alguna manera, la alquimia de toda creación. La vida nos parte el corazón; la música y el arte transforman
ese viaje al abismo en alas que nos llevan al cielo.
Uribe
ES el vuelo: El viaje nocturno de Quetzalpapálotl. El tronar de las alas, la urgencia de ese impulso
irreprimible de tomar vuelo. La
ternura y el regocijo de flotar, planeando sobre los termales del cielo de la
medianoche. Y al final esa frase imposiblemente larga, la que parece
continuar durante una eternidad y que tardé eternidades en saber cómo sostenerla,
la que siempre me trae lágrimas de alegría a los ojos. ¿Y cómo termina, mi queridísimo
Horacio? Con un perfecto coral: a
la vez pensativo, grave (como un
movimiento Grave de JS Bach); todavía
anhelando las alturas, con indicios de deleite, y al final, al mero mero final
… ese acorde de séptima que nos hace darnos cuenta de que éste es un contínuum. Que en realidad no hay un final.
La
Malinche de Barker es el último retrato de Malintzin en este álbum. Difícil imaginarse una evocación más
extraordinaria de triunfo y belleza y, al final, soledad. Los sonajas-cascabeles-ramas vibrantes,
las trompetas, el canto, TODO, en un gradual crescendo hasta usar el instrumento entero, todos los registros,
todos los volúmenes desde el bajo más piano
y más lejano –lo de que pienso, cada vez que toco esta pieza como LAS
PROFUNDIDADES DEL TIEMPO—hasta un registro agudo reluciente, transparente, que a
su vez se metamorfosea en un bajo estruendoso que se convierte en, ¡SÍ!, el
momento enorme y tecnicolor de la pieza, el momento en que los relámpagos abren
las montañas e iluminan todo. Ésta
no es alguna humilde mujer sumisa obsequiada para aplacar las posibles rabietas
del conquistador: NO. He aquí
increíble fortaleza y iniciativa, he aquí ternura; he aquí también
soledad. Porque al final, con ese
unísono Mi-bemol muriéndose hasta al silencio, al niente, ella está sola.
Ay dios mío.
Y
sí, El
sueño … el vuelo de Berg tiene que cerrar este álbum. Al principio, uno podría creer que aquí
está el bálsamo después de tanta montaña rusa emocional. Y en cierto sentido, lo es. Pero hay mucho más. Esta es la pieza,
de todas las piezas de este disco, que te rompe el corazón y después te lo
reconstruye. No te lo repone, te
lo reconstruye; importante esa distinción. Ese primer indicio del vuelo, que se pone casi iracundo y
luego se esfuma.
Y
luego el primer fugaz aleteo de alas que apenas se atreven a imaginarse que
podrían tener la fuerza para volar; y luego ¡SÍ!, exploran el teclado entero,
uniéndolo y juntándolo, primero titubeante y con delicadez y luego con absoluta
autoridad y certeza … y luego todo desvanece en el aire, desaparecido con la
más tenue pista posible de remordimiento, quizás una premonición de
pérdida. Pero luego vuelven las
alas, al inicio no sabemos si es cierto pero SÍ, están de vuelta, están aquí,
nos llevan una vez más casi al estratosfera y luego … y luego, dios mío, viene
ese acorde que más triste no hay, el que me hace llorar cada vez que lo toco,
que de veras me parte el corazón; pero entonces, AÚN ENTONCES, esas alas
aparecen una vez más para enseñarnos el camino hacia el cielo. Es por esto que Berg tiene que ser la
última pista.
Bueno, pues eso. Es hasta ahora, ahora por fin, que todo
esto es real. Todo este trabajo,
toda esta fe, todo esta búsqueda para las alas que me muestren el camino hacia
el cielo. El sueño … el vuelo. Por esto ahora tengo lágrimas en los
ojos, mis queridos, porque antes de todo cuanto vuelo viene un sueño, y este
sueño por fin está volando.
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