lunes, 4 de febrero de 2013

AHORA, SÍ, ESTO ES MÍO. POR AHORA ... LUEGO LO DARÉ AL UNIVERSO ...



2013-01-31


PENSAMIENTOS ESCUCHANDO ESTA MÚSICA: ESTO ES REAL.  POR AHORA ES MÍA... LUEGO LA DARÉ AL UNIVERSO ...
Tengo que escribir esto ahora, AHORA, mientras todo esté caliente.  Inglés, español, lo que venga primero a la mente.  Una disculpa … quizás algo más coherente saliere después 
Estoy escuchando el pre-master de este primer disco de Canto de la Monarca y quiero decirles todos que yo tenía razón, no estaba loca, esta música es FENOMENAL, es fenomenal toda junta, FUNCIONA.
Otros intérpretes –muchos, espero— tocarán esta música … ojalá y muchos, porque es tan buena y fructífera, tan gratificante y emocionante.  Pero ahora, ahora en este momento, es mía, porque yo ayudé a inspirarla, yo he sido la partera, la que ayudó a traer esta música al mundo; y en este momento –igual, me imagino, como en cualquier parto — estoy llorando lágrimas de regocijo y agobio y orgullo, todo mezclados.
Tenía razón de iniciar con María Sabina de Cruz de Castro, la pieza es un gesto que nos atrae al misterio y de la exaltación de todas estas mujeres, de toda esta música inspirada en ellas.  Y de su DIGNIDAD.  Al final, María Sabina se marcha con paso firme rumbo a las brumosas montañas de su tierra oaxaqueña –todavía misteriosas en el México del 2013—y hay una parte de mí que cree que ella está todavía viva allá, o su espíritu lo está.  Es lo que me dice mi imaginación.  Mi imaginación que tiene enormemente que ver con mi proceso de preparar la interpretación de todas estas piezas.  Quien dice que uno no debe imaginarse colores, olas, personalidades, rabia, deleite, sensualidad, mil tipos de luz, incontables maneras de volar, cincuenta y siete palabras para la nieve … es de plano loco, o nunca ha amado.
Y se vale seguirlo con el Retrato de Malintzin de Jack Fortner porque nos lleva más adentro del misterio, mas siglos atrás.  Pero ¿quizás también ahora mismo?  Esto es México, en muchos sentidos somos un país no-occidental.  Hubo personas a quienes no les gustó esta pieza de Jack –al menos al principio— pienso que en parte porque recordaron el drama de Vine a Comala, la arrebatadora mini-ópera que compuso para Rumor de Páramo.  En muchos sentidos esta pieza es completamente distinta: lenta, misteriosa, toma su bendito tiempo para revelarse, opera de acuerdo con otro reloj.  Es clave recordar lo que él dice en su nota sobre la obra: es un retrato de Malintzin vista a través de los ojos de Cortés.  Tomo un momento para imaginar esto y me doy cuenta que es casi inimaginable.  Digo, piénsalo: ¿¿qué había pensado ese hombre de esa mujer??  La música atrae, anhela, hace amagos de amenazar y repentinamente se retira a la sombra; se pone ardiente y en un santiamén se vuelve a retirar.
La compleja conexión entre Europa, en particular España, y México –grosso modo, la conexión entre el Viejo Mundo y el Nuevo—será un leitmotif, un tema persistente, en este álbum.  Espérense, verán …
La amenaza implícita –al menos imaginada—en la pieza de Fortner se convierte en violencia real en la obra de Marcela Rodríguez, Todo en fin, el silencio lo ocupaba.  Unos clústeres enormes, hechos por mis antebrazos y mis palmos, de que el más enorme es el final, el que termina la obra, un sonido gigantesco como lo de un órgano que hace vibrar el iPod, el iPad, el aparato del estéreo, tus propios huesos mientras escuchas, vibrar como el órgano de la catedral: instrumento que, hace siglos, los fieles creyeron ser la mera Voz de Dios.  Pero luego los clústeres vuelven delicados, como si respondieran a algún impulso distinto al del poder bruto y la fuerza de la violencia.  Hay momentos de gran lirismo; pero al final son fugaces.  Esta pieza es llena de turbulencia e inquietud, de duda y amenaza.  Ese gran clúster al final, ¿es el triunfo del luminoso espíritu e intelecto de Sor Juana o la amenaza cada vez más presente de la hoguera a que el maléfico Aguiar y  Seijas tanto quisiera mandarla?  No sé; quizás las dos.
También tenía razón de seguir esta obra densísima con la de Alba Potes: Desde el aire: seis instantes.  Todo menos que densa, esta música: texturas tan frágiles que sin embargo procuran ser a veces hasta brutales, pero también enorme lirismo, todo dentro de una voz extraordinariamente económica.  Escucho ahora a estas seis micro-piezas –terminadas, hechas, de alguna manera todo esto ahora es REAL, hecho más permanente por el regio Yamaha C5 y la asombrosa ingeniería de Roberto y Kenji—y es como ver las fotos del Tsunami en Japón o el huracán Sandy en EU hace unos meses.  Los títulos son cosas así como Certidumbre-incertidumbre, Los juegos se desvanecen, Aprisa … El evocativo acorde de la segunda es la anacrusa –de hecho, la primera y la segunda piezas en su conjunto son la gran anacrusa— a la tercera (Los juegos se desvanecen), ay dios mío, el terrible remordimiento después de esa precipitosa caída, como la caída de Lucifer, como la caída de un millón de mariposas, qué hacemos con los inocentes de nuestro mundo.  Y la primera nota del último Instante es como el toque de difuntos.  Todo acabado … y somos nosotros que lo hemos hecho.  Una carga de tristeza casi insoportable en tan pocas notas …
Sigue la asombrosa Nymphalidae de Tomás Marco y sí, es el palate-cleanser, lo que limpia el paladar como esos sorbetes a mediados de una comida de esas legendarias francesas de haute cuisine.  Son tres micro-piezas.  Desde un inicio yo he sospechado que esto es porque mi querido Tomás no pudo escoger una musa en particular; pero sospecho que también es porque algo en el aspecto formal de este tríptico le atrajo.  Hay una suerte de afectuoso buen humor en la primera –que incorpora, dice Marco en su nota, un fondo de canción castellano.  Pero la segunda, La mariposa de Sor Juana, lo dice todo sobre la persistencia, el corazón que a veces duda, la voz acortada o callada; sobre la tenacidad y la fragilidad.  La tercera es el primer micro-rondó que en mi vida he visto, ¡y de veras funciona!  Incluso con referencias al más clásico rondó que puedas imaginar.  Hay quienes desestiman esta música por ser demasiado simple pero ¡vamos! es ingeniosa, es conmovedora, no pretende ser más de lo que es; en fin, a mí me convence.  El propio Marco me dijo de esta pieza, “Como casi siempre sólo trato de alcanzar una compleja simplicidad o una simple complejidad.”  Vale, va.  Helo aquí el hermoso tríptico limpiador de paladar de este álbum y ¡caramba!, lo necesitamos.
Porque lo que sigue es Griffin, la formidable Like water dashed from flowers (como agua arrojada de flores) de Charles B. Griffin.  Es quizás aquí que la conexión entre México y España golpe más duro.  Tan compleja.  El corazón dolido, la rabia del rechazo.  La evocación del agua que corre como una vena vital a través de esta obra.  El altamente hierático prólogo, el agua que nos lleva dentro del sueño –o la realidad—la fuerza del pie sobre la tierra o el tablao, la fuerza de la voz.  En términos formales la pieza dista poco de la estructura del fandango; y  ese momento cuando empieza el zapateado casi te detiene el corazón: lo digo con la debida modestia.  Ahora los pies, el impacto del tacón sobre la madera del improvisado plataforma-escenario, el arrogante gesto, la energía que nos abruma como una inmensa ola, son todos evocados por el piano.  Ahora todo esto es en el piano.  Ya no hay efectos.  Y al final, después de toda la rabia y la locura, regresa el agua.  Estamos en el agua.  Dúctil, móvil, impermanente, de alguna manera neutral.  Donde nos lavamos, donde nuestro corazón está partido y --esperamos— sea remendado.
¿Estoy en lo correcto, terminando este disco con lo que yo pienso como las tres piezas extáticas – primero Uribe, luego Barker y Berg al final?  He sabido durante seis meses que este primer álbum Monarca tiene que terminar con Berg: es la viva encarnación de terrible pérdida, de amor y redención.  Es, de alguna manera, la alquimia de toda creación.  La vida nos parte el corazón; la música y el arte transforman ese viaje al abismo en alas que nos llevan al cielo.
Uribe ES el vuelo: El viaje nocturno de Quetzalpapálotl.  El tronar de las alas, la urgencia de ese impulso irreprimible de tomar vuelo.  La ternura y el regocijo de flotar, planeando sobre los termales del cielo de la medianoche.  Y al final esa  frase imposiblemente larga, la que parece continuar durante una eternidad y que tardé eternidades en saber cómo sostenerla, la que siempre me trae lágrimas de alegría a los ojos.  ¿Y cómo termina, mi queridísimo Horacio?  Con un perfecto coral: a la vez pensativo, grave (como un movimiento Grave de JS Bach); todavía anhelando las alturas, con indicios de deleite, y al final, al mero mero final … ese acorde de séptima que nos hace darnos cuenta de que éste es un contínuum.  Que en realidad no hay un final.
La Malinche de Barker es el último retrato de Malintzin en este álbum.  Difícil imaginarse una evocación más extraordinaria de triunfo y belleza y, al final, soledad.  Los sonajas-cascabeles-ramas vibrantes, las trompetas, el canto, TODO, en un gradual crescendo hasta usar el instrumento entero, todos los registros, todos los volúmenes desde el bajo más piano y más lejano –lo de que pienso, cada vez que toco esta pieza como LAS PROFUNDIDADES DEL TIEMPO—hasta un registro agudo reluciente, transparente, que a su vez se metamorfosea en un bajo estruendoso que se convierte en, ¡SÍ!, el momento enorme y tecnicolor de la pieza, el momento en que los relámpagos abren las montañas e iluminan todo.  Ésta no es alguna humilde mujer sumisa obsequiada para aplacar las posibles rabietas del conquistador: NO.  He aquí increíble fortaleza y iniciativa, he aquí ternura; he aquí también soledad.  Porque al final, con ese unísono Mi-bemol muriéndose hasta al silencio, al niente, ella está sola.  Ay dios mío.
Y sí, El sueño … el vuelo de Berg tiene que cerrar este álbum.  Al principio, uno podría creer que aquí está el bálsamo después de tanta montaña rusa emocional.  Y en cierto sentido, lo es.  Pero hay mucho más. Esta es la pieza, de todas las piezas de este disco, que te rompe el corazón y después te lo reconstruye.  No te lo repone, te lo reconstruye; importante esa distinción.  Ese primer indicio del vuelo, que se pone casi iracundo y luego se esfuma. 
Y luego el primer fugaz aleteo de alas que apenas se atreven a imaginarse que podrían tener la fuerza para volar; y luego ¡SÍ!, exploran el teclado entero, uniéndolo y juntándolo, primero titubeante y con delicadez y luego con absoluta autoridad y certeza … y luego todo desvanece en el aire, desaparecido con la más tenue pista posible de remordimiento, quizás una premonición de pérdida.  Pero luego vuelven las alas, al inicio no sabemos si es cierto pero SÍ, están de vuelta, están aquí, nos llevan una vez más casi al estratosfera y luego … y luego, dios mío, viene ese acorde que más triste no hay, el que me hace llorar cada vez que lo toco, que de veras me parte el corazón; pero entonces, AÚN ENTONCES, esas alas aparecen una vez más para enseñarnos el camino hacia el cielo.  Es por esto que Berg tiene que ser la última pista.
Bueno, pues eso.  Es hasta ahora, ahora por fin, que todo esto es real.  Todo este trabajo, toda esta fe, todo esta búsqueda para las alas que me muestren el camino hacia el cielo.  El sueño … el vuelo.  Por esto ahora tengo lágrimas en los ojos, mis queridos, porque antes de todo cuanto vuelo viene un sueño, y este sueño por fin está volando.

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