miércoles, 2 de octubre de 2013

LA MUERTE DE UN PERRO ...


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2013-09-21_LA MUERTE DE UN PERRO

Hoy en la tarde me tocó ayudar a dormir a un perro maltratado.  Joven, creo, pero horriblemente maltratado.  Estaba sobre la banqueta justo a un lado de mi acceso desde la Panorámica. 

Lo había visto antes.  Ayer, de ser preciso, o sea el viernes 20, en la caminata matutina con Azabacha y Estrella.  Estuvo enroscado en un rincón de un terreno medio baldío – sé que pertenece a alguien— a un costado de la casa de J y G.  Enroscado y viéndose muy malherido.  Vislumbré por su cola o por una pata trasera el rojo cardenal de una herida abierta.  Está completamente enroscado, como se pone un perro que tiene frío, aunque la mañana no es nada fresca.  Está en los puros huesos, pobrecito: la cabeza se ve más masiva por lo flaco que es el cuerpo.

En ese terreno medio baldío hay un clan de perros de que un amigo, R***, adoptó un cachorro.  Son territoriales pero no agresivos.  Parece que han dejado a este pobre malherido un lugarcito para sanarse, o quizás morir; al menos descansar un ratito. 

Desgraciadamente, no hice nada.  Pensé en a quién hablar, cómo llevarlo, si en un taxi, o hablar a  qué amigo con coche … y en los hechos hubo otra cosa a que atender y se me fue de la mente.  Hasta tipo 16:10h el día después, hoy, cuando llego cargada de vino del súper gringo-style; a encontrar a R***, a mi vecina E***, a su prometido y a dos jóvenes.  Y el perro.  Todos allí sobre la Panorámica afuera de mi acceso. 

Es completamente negro, este perro.  Y en los puros huesos.  Cuando lo vi ayer no estaba tan expuesto como ahora. Te parte el corazón lo flaco que es.  Ahora puedo ver que tiene las orejas cortadas como hacen a los perros de pelea.  No están bien cicatrizadas y están cubiertas de sangre resecada y unas moscas se han alojado allí.  Ahora puedo ver que la herida de atrás es en la nalga: infectada y mal, mal.  El perro tiene aspecto de pit-bull pero algo hay en el cráneo de Labrador o casi de Gran Danés, algo masivo, casi rectangular. 

Lo más terrible de este perro son sus ojos. En medio de esa cara enorme, con su mandíbula cuadrada y sus orejas mutiladas, esos ojos.  Líquidos, color café, se ven casi apagados.  Dice R*** que ayer le trajo agua y croquetas pero que no quiso ni comer ni beber.  Quién sabe cómo o porqué, este perro malherido y famélico procuró llegar a este lugar: la entrada a mi casa desde la Panorámica.

Yo creo que este perro, apenas crecido más allá de cachorro, lo usaron para entrenar a los perros de pelea.  Como comentó el gringo prometido de E***, para que conozcan el sabor de la sangre, so they get to know the taste of blood.  De nuevo me llena de asco esta costumbre, de tanto arraigo en esta parte de México, que yo sé a ciencia cierta –porque he visto a los perros— practican mis vecinos, aunque juren por  su madre que no.  ¿Será que este pobrecito es producto de sus sesiones de entrenamiento? ¡Qué rabia me da!

Resulta que los dos jóvenes vinieron porque R***, bendito sea,  habló a un veterinario y ese doctor les mandó, con lo necesario para dormirle al perro si así fuese la decisión.  Entonces, se pone claro: es a nosotros decidir si toca rescatar o dormir.

La joven es extremadamente delgada y su cara es como una flama.  Mucha seriedad, mucho rigor.  Algo me recuerda a mi sobrina C***, tanto compromiso, tanto apego. Pienso que, igual como mi sobrina, me da mucho orgullo.

E***, que también trabaja como voluntaria con Corazón Canino --una A.C. de rescate de animales—está titubeando: dice que han rescatado a peores … pero que es un riesgo cuando están tan malheridos. 

Parece que todos están titubeando.  Los jóvenes veterinarios-en-capacitación nos ven –me ven a mí—a los ojos y dicen que es decisión de nosotros.  Me doy cuenta de que –al parecer- todos me están viendo como si fuese MI DECISIÓN. 

Pienso.  Consulto mi intuición.  Intento sentir.  Más que nada, veo los ojos del perro.  De alguna manera siento que el perro ya quiere irse, que ya no le queda ni fiereza ni fuerza vital.  Siento que el perro nos está confiando sus últimos momentos, que ya no puede y si nosotros lo pudiéramos ayudar a que se vaya, pues que así sea.

Intentando mantener firme a mi tono pero con la voz entrecortada digo, Pues que no sufra más.  Creo que ya no tiene voluntad de vivir.  Durmámoslo. Que no sufra más.

Le iba a dar una galleta de esas que hago para las mías y de que siempre tengo  conmigo pero me alertan de que lo podría vomitar.  No, entonces. 

Dice E***, No puedo ver, no puedo; me voy.  Digo, Yo me quedo, no te preocupes, yo le acompaño. 

¿Porqué?  Quién sabe.  Pensándolo después digo, Pues que no es justo, NO ES JUSTO, que ese perro a quien quizás nadie lo haya acariciado en toda su pobre pinche  corta vida, no es justo que se vaya sufrido de esa vida sin que alguien lo acaricie y lo acompañe; no es justo; es lo mínimo que se puede hacer, ¿y qué me cuesta, caramba? 

Así que yo me quedé acariciando la cabeza de este perro, masiva pese a su terrible flaqueza.  Aún ahora me hace llorar la memoria de esos ojos. Pusieron momentáneamente una tela sobre su cabeza, yo y la veterinaria-en-capacitación lo sujetamos; durante un momento intentó incorporarse y protestar pero no tenía fuerzas.  Le dieron el tranquilizante y ella y yo la sosteníamos, sentado, hasta que la pata delantera izquierda le empezó a temblar y luego lo ayudamos a que se acostara.  Yo todo el tiempo dándole masaje por la nariz, donde supuestamente hay ese punto de acupresión canina que les tranquiliza; y la casi-veterinaria por su nuca. 

Y una vez que esté tranquilo, la otra inyección.  Ésta va en la vena, de una pata delantera.  Entre deshidratación y malnutrición cuesta mucho trabajo encontrar la vena; y cuando lo localiza, inyectar fue difícil.  Tuvo que pedir ayuda a su compañero.

Tardó un rato un dejar de respirar.  De rigueur, revisaron corazón y respiración.  Tarda.  Pero al rato sí: ni respiración ni corazón ni nada.  Nada de respuesta del ojo.

La veterinaria-en-capacitación hace una suerte de signo de cruz sobre su nariz. Yo todavía llorando calladamente, y siento que no podré controlar mi voz si intentara hablar.

Pienso en cómo casi se murió Estrella hace dos años y vuelvo a llorar.  Ahora veo las dos, Estrella y Azabacha, esperándome tras la reja de mi puerta y siento una ola de gratitud por tener a esas dos compañeras en mi vida.   Tan fácil caer en lo cursi en estos momentos.  Pero es precisamente así que me sentí y me siento: profundamente agradecida por tener estas dos compañeras en mi vida.  Es la primera vez que tengo un perro y ahora me resulta de plano imposible imaginarme la vida sin un perro.

N***, el prometido de E***, había traído una bolsa de plástico.  Y así. Allí echamos su pobre flaco cuerpo.  Los dos hombres lo llevan a la tolva de basura; regresan.

Vinieron dos otros vecinos para comentar esta situación.  Yo abiertamente  llorando, consciente de que no es sólo la muerte de este perro que estoy llorando pero ya con ni el más mínimo interés en disfrazarlo. 

Quedamos un poco todos, platicando como supongo que necesitamos hacer después de la muerte, digo, después de la muerte de cualquier ser: humano, canino, lo que sea. 

Y allí siguen mis dos compañeras Azabacha (la negra) y Estrella (la rubia) tras la reja de la puerta.  Azabacha llegó primero.  Ahora está lloriqueando tantito, muy callada, algo perpleja: sabe que algo está pasando, que yo estoy desconcertada y hablando raro por el llanto.  Luego viene Estrella; allí están las dos pacientemente aguardándome.  ¿Pueden olfatear la muerte del otro perro?  No sé, pero sospecho que sí. Mínimo, saben que algo serio ha sucedido.

Hecho todo, yo vuelvo a casa.  Solo quiero ir al piano.  Primero la Sarabanda de la 3ª Partitura de JSB, en que he estado algo metida estos días.  Luego la última parte de Creación de las Aves, la pieza Monarca de Anne LeBaron, homenaje a Remedios Varo.  ¿Quizás por ser muy ligada a la vida, a la creación; un antídoto?  

Hubo un momento en que pude reconocer y decir ¡Caramba, no quiero ni tocar ni escuchar ni siquiera PENSAR en estas piezas!  Era tan completa la fatiga.  Luego me doy cuenta de que es totalmente normal, llevé un tiempo tan intenso con esta música que ahora es imperativo descansarme de ella: mente, oído y alma.

No man is an island, dice el soneto de John Donne.  Ningún hombre es una isla (ni siquiera sé la traducción oficial al español y ahora no tengo energía para buscarla); pero a donde voy es que tampoco ningún suceso es una isla.  La muerte de este perro con sus tristes y resignados ojos café es ligada a la muerte de mi relación con el tabaco, de la inevitable muerte de esta fase de Monarca para que pase a la siguiente metamorfosis; a quién sabe cuántas otras cosas. 

En el jardín mueren algunas plantas y germinan las semillas de otras.

Al piano, toqué por último el tercer Impromptu Op 90 de nuestro queridísimo Franz Schubert … quien también se murió muy joven. 

Pensé, No es triste que se murió, ese perro.  Porque la muerte le alivianó de todo su sufrimiento.  Lo triste es lo que lo llevó a tamaño trance, que la muerte, en efecto, fue la única solución a su sufrimiento.

Todavía hay momentos en que quiero aullar de la miseria y la rabia. Pero casi al mismo momento doy las gracias por estar viva.


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